160 Sin embargo, en 1861 se produce su renacimiento, su transformación, y el inicio de una nueva era. En el mes de abril de ese año y reinando Isabel II se publica en un Real Decreto el nuevo Reglamento al que se le confiere la categoría de Estatuto. Se transforma así la institución en la Real Academia de Medicina, lo que para unos significa la culminación del proceso histórico de una academia nacida en 1733 y para otros el nacimiento de una nueva institución. Lo que importa aquí es que este reglamento fue redactado por mandato de Isabel II por los propios académicos, y que determinó que a partir de entonces fuera considerada como Nacional. Aspectos de gran importancia fueron que la propia academia nombraría a su presidente, y que se reorganizaría al objeto de fomentar el progreso de la medicina española, publicar su propia historia, formar la geografía médica del país y llevar a cabo una diccionario tecnológico de la medicina. Además, y esto es de gran importancia, por primera vez se habla de tener una asignación presupuestaria, y se le autoriza para que pueda recibir legados y donaciones pudiendo crear fundaciones. Lamentablemente lo anterior no resuelve el viejo problema de la sede. Ya desde 1860 la Academia se había trasladado a la Facultad de Medicina en la calle Atocha, concretamente al espacio que hoy ocupa el Real Conservatorio de la Música, y en donde estuvo hasta 1867 en que se le conminó a abandonarla por parte del Decano de la Facultad de Medicina. La Academia se traslada entonces a la calle Cedaceros, al Palacio o Caserón Marqués de Santiago, donde se instala hasta 1885, lo que pudo hacerse gracias a la subvención que disfrutaba. No obstante, por entonces seguía siendo la única de las Academias que no tenía casa del Estado. En 1885 una nueva asignación real posibilita un traslado a la calle de la Greda (hoy Los Madrazo), donde estuvo hasta 1892 en que se traslada a la calle Mayor al Palacio de los Condes de Oñate y Villamediana, donde estaría hasta 1912. Afortunadamente en esta última sede los académicos se sentían confortables, con un buen espacio para las sesiones, la biblioteca y que incluso tenían dependencias para dormir los trabajadores. Sin embargo finalmente el edificio, de naturaleza privada, fue demolido. En ese momento la Academia ya había iniciado, gracias a la intervención de Alfonso XIII, y del Ministro de Instrucción Pública Carlos María Cortezo (posteriormente Presidente de la Academia) el proyecto de la construcción de una sede definitiva en la calle de Arrieta y que comentaremos en el siguiente capítulo. No obstante, de nuevo, y mientras tanto hay que moverse una vez más. El Palacio de Oñate va a ser demolido, y la Academia tendrá que hacer una nueva mudanza, esta vez a la calle Don Pedro al Palacio de Pinohermoso (hoy sede de la Academia de Ingeniería), donde se ubicaría hasta 1914 en que ve cumplido su sueño de tener sede propia. Desde la construcción de la sede definitiva en la calle Arrieta, la Academia vive lo que Sánchez Granjel denomina su “edad de plata” con la generación Marañón y Santiago Ramón y Cajal y que sería de gran esplendor.

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